jueves, 20 de septiembre de 2007

Mi barrio, 30 años después

Llegamos con mi familia a lo que es el Barrio Magisterio Rural de la Avenida Mutualista en los días septembrinos de hace 30 años. Yo estaba terminando 2º básico, mi hermana 1º básico y mis hermanitos todavía no iban al Kinder.

Antes de vivir por estos “chiribitales” vivíamos en lo que era la Av. Sucre, a media cuadringa del Carretón. Pude presenciar el evento histórico con reunión de escolares cuando se cambió el nombre de Av. Sucre por el del insigne cruceño Dr. Melchor Pinto Parada; aunque claro, en aquella época no tenía ni la más remota idea de quien era ese señor.

Cuando llegamos al barrio sentí que llegué a los quintos infiernos, ya que vivía a media cuadra del 4º anillo, donde cruzando el mismo se veía una inmensa selva y me resistía a creer que era allí donde viviría.

La casita propia donde empezamos a vivir no tenía revoque y el techo todavía no tenía terminado el tumbado; se tuvo que derribar un inmenso toborochi que amenazaba contra nuestra vivienda.

Mis primeros amigos del barrio los recuerdo muy bien. Al frente vivía Tito, muchachito reilón y de una picardía propia de un niño de 5 años. Como a una cuadra vivía Luico y al frente todos los 'suchas', al menos así les decíamos a unos hermanos porque eran super morenos. De quienes me recuerdo son Conejo, Richard, Alfredo y Chelo quien me salvó de morir ahogado en una de las pozas que había por donde hoy es el Parque Industrial.

Con mis nuevos amigos jugábamos todo el tiempo. En las tardes nos íbamos a la lechería y allí tumbábamos totaíses y tamarindo, además de bajar de los árboles de gallito donde le poníamos una espinita y era a quien gane deshaciendo el gallito del oponente.

Por el cuarto anillo circulaban muy lentamente los camiones cañeros que iban repletos de dulce caña rumbo al Ingenio San Aurelio. Así que sin tener temor los correteábamos para sacar la mayor cantidad de caña que podíamos. Realmente éramos suicidas al hacer algo así. A Dios gracias nunca sucedió un accidente


Jugábamos fútbol en la cancha de los troncos, ya que cuando se corría habían tronquitos que no habían sido bien arrancados y pobre de aquel que se tropezara o le diese un chutazo. Le regalo el dolor.

En las tardes calurosas nos íbamos al playón y nadie se ahogaba. No sé si éramos buenos nadadores o que simplemente que el jichi era bueno con nosotros. También jugábamos trompo y con quintos de quinien jugábamos al pocito, claro, aunque los que querían hacer más plata jugaban con su quintango de un peso.

En las noches, no se de donde, conseguíamos ruedas de autos y hacíamos carrera. Eran como 10 ruedas y el bullicio de la muchachada era inmenso. Terminando de jugar con las ruedas jugábamos “tacho pateau”, donde se colocaba una pelota o un tacho de lata y alguien lo pateaba, todos nos escondíamos y alguien tenía que salir a buscar a los que se escondieron. Una vez un vivo dentro del tacho colocó una piedra y el infeliz que pateo ese tacho fui yo. Solo de pensar en el dolor me duele mi piecingo.

Al cumplir mis trece años, se formó en el barrio bajo la admirable dirección técnica de don Vito Figueroa “el viejingo” como le decía Cuajo, un equipingo para el campeonato interbarrios de la Tahuichi. Nuestro equipo se llamaba La Maquinita. Entrenábamos todos los días con alma, vida y corazón. Pudimos ser campeones ese año, pero no lo fuimos porque la Tahuichi nos puso, para que no ganemos, al equipo que participaría en el Mundial de Futbol de Pekín y por lo tanto perdimos. No se imaginan el gusto que me dio cuando la Tahuichi perdió por las tierras del Lejano Oriente.

Por las noches el lugar de junte de los pelau del barrio era afuera de la casa de los suchas donde charlábamos, jugábamos, nos hacíamos todo tipo de bromas hasta pasadas las 11 de la noche. De los que iban allí me acuerdo de varios nombres como Ojcar Sanabria, Capirucho Provinciano, todos los suchas, Tucho, Jorge Uriona, Johnny Saucedo, Enrique Hevia y Vaca “preñau”, Cuajo quien ha sido jugador de algunos clubes profesionales. Recuerdo a mi dilecto amigo Elvis Uriona, quien ha tenido que ir a buscar mejores días en España.

Los que vivimos en ese barrio no veníamos de familias acaudaladas o de gran alcurnia cruceña, no estudiamos en los mejores colegios de Santa Cruz, cuando nuestras hermanas cumplían 15 primaveras no salían en portadas de periódicos o televisión. Sin embargo, éramos gente sana, noble y sincera. Nos apasionaba el deporte y las cosas simples de la vida, como buscar un caballo que andaba suelto y montarlo hasta que nos pillaba el dueño y rogar que no nos de con su chicote.

La mayoría de los pelau de aquel tiempo éramos hijos de profesores rurales. Nuestros padres eran amigos, carnavaleaban juntos, se colaboraban mutuamente en lo que les era posible y se podía transitar sin ningún problema a cualquier hora del día o de la noche porque todos nos conocíamos.

El tiempo ha pasado. En septiembre celebramos la efeméride departamental y mi barrio ha cambiado.

En donde era esa inmensa selva cruzando el cuarto anillo, se levanta el Parque Industrial con osados emprendimientos empresariales propio del ímpetu del cruceño que habita estas tierras grigotanas. Muchas de las casas son de dos pisos, todas embardadas, muchas de ellas con sofisticados sistemas de seguridad que hasta los hacen parecer “oligarcas”.

La cancha Los Troncos luce mejor, inclusive se la puede ver desde el Google Earth y algún amante del deporte subió una foto a ese portal geográfico. Las calles están pavimentadas, y paradójicamente el alcalde que pavimentó esta zona que fue Johnny Fernandez no obtuvo buena votación, ya que no sé por qué motivo aquí siempre ganó el MNR en todo tipo de votación.

Los muchachos con los que antes jugábamos sin límite hoy son profesionales: abogados, economistas, ingenieros, administradores; claro, hay otros que no tuvieron mucha suerte pero todos son tipos de bien y considero que contribuyó en eso la vida sana, los hogares con buenos padres y las buenas amistades forjadas durante esta hermosa etapa de vida.

No sé muy bien cómo era el resto de Santa Cruz de la Sierra hace 30 años, pero sí sé como era mi barrio y me siento feliz de haber vivido todo este tiempo allí. Añoro aquellos tiempos