Indagar
sobre la economía africana, es una tarea que no forma parte de nuestra
cotidianeidad, pese a que allí viven 1.100 de los 7.135 millones de habitantes
del planeta, representa el 2,73% del PIB Mundial, además que allí están 34 de
los 48 países más pobres del mundo y 24 de los 32 países que ocupan los últimos
lugares en el Índice de Desarrollo Humano.
Existen
en la actualidad dos visiones que subyacen cuando se analiza la evolución
reciente del África subsahariana (países que no limitan con el mar
Mediterráneo), una optimista y la otra más pesimista. En la primera visión, se
reconoce que luego de los efectos devastadores de la crisis mundial, que
desaceleró el crecimiento que estaba situado entre el 6% y 7% desde inicios de
siglo, nuevamente a partir del año 2010 al 2013 la producción ha crecido
sosteniblemente a tasas superiores al 5,1%, generándose expectativas que para
el 2014 se llegue al 5,14% de acuerdo a previsiones del FMI.
Sumada
a esta situación cada año está recibiendo 50 mil millones de dólares por año en
inversión extranjera directa, la cual es superior a la ayuda externa que recibe
en su lucha contra la pobreza. Según el Banco Mundial, la pobreza está
disminuyendo en esta región del mundo, ya que desde 1996, la tasa media de
pobreza en los países del África subsahariana ha disminuido en alrededor de un
punto porcentual año y de seguir esta tendencia muchos países alcanzarán un
ingreso nacional bruto per cápita de 1.000 dólares al año, convirtiéndose en
países con “ingresos medios”. La educación secundaria, en la última década,
aumentó en casi un 50% y la esperanza de vida aumentó en 10%.
La
segunda visión arroja dudas sobre persistencia del crecimiento económico a
largo plazo, ya que el mismo es impulsado fundamentalmente por el constante
aumento de sus principales productos de exportación, los cuales son materia
prima, generando alta correlación con las economías que compran sus bienes,
además de que el sector manufacturero no ha crecido sustancialmente en su
aporte al PIB desde la década de los setenta. Por otro lado, países como
Burkina Faso, Mozambique y Tanzania, apenas han logrado reducir la pobreza. La
inestabilidad política sigue siendo muy extendida, observándose que un tercio de
los países se encuentran en medio de conflictos violentos.
Corrupción
galopante, infraestructura en mal estado, crecimiento altamente desigual que es
escondido por las interesantes estadísticas macroeconómicas presentadas por los
organismos internacionales, se suma a la larga lista que adoptan quienes tienen
una visión más pesimista sobre África subsahariana.
Ambas
posiciones parecen irreconciliables, pero a la vez, ambas tienen razón, ya que
forman parte de problemas y contradicciones aún más complejos de la realidad de
esta zona del mundo; en tal sentido, puede ser difícil ser optimista sobre el
futuro de África cuando se considera las patologías políticas que se han dado
tendientes a mejorar su capital humano. Pero, es necesario considerar que hacen
unos 15 años atrás era impensable vislumbrar que esté creciendo a los ritmos
que actualmente lo está haciendo; ya que luego de la crisis de la deuda de la
década los ochenta, el colapso de la Unión Soviética, la liberalización del
sistema político en la década de los noventa, la adopción de consejos
financieros, monetarios y cambiarios que emanaban de organismos como el FMI y
Banco Mundial para muchos ha creado el caldo de cultivo para tener una posición
más alentadora hacia los próximos años.
La
combinación de una mayor democracia, cambio demográfico, rápida urbanización y
aumento de los niveles de educación han modificado sustancialmente los procesos
de formulación de políticas económicas y los donantes extranjeros están menos
obligados a imponer reformas desde el exterior, lo que da más margen al
interior de los países para avanzar en sus procesos de reforma. Por eso somos
optimistas creyendo que estos aspectos descritos dan a la región una buena
oportunidad de disfrutar de un crecimiento sostenido.
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